Baco y el rey Midas
Baco estaba tan agradecido al rey Midas por haber celebrado fiestas en su honor que un día le
dijo: Pideme lo que quieras y te lo otorgaré.
Midas no se lo pensó dos veces
-quiero que todo lo que toque se convierta en oro –anunció.
Baco enarcó las cejas, muy sorprendido.
- ¿
Estas seguro? –preguntó
Como Midas respondió que sí, desde aquel mismo instante
disfrutó del don que había pedido. Mientras volvía a su palacio, toco por capricho
unas rosas silvestres, y la convirtió aí en un flor de loro. Luego, deslizó la
mano sobre un trigal, y lo transformó en un océano de espigas metálicas. Lleno de
entusiasmo, Midas fue tocando todo lo que halló en su camino. Convirtió los
álamos en columnas de oro y los guijarros en monedas. Gracias al don que había
recibido, estaba a punto de convertirse en el hombre más rico del mundo…
Baco dirigiéndose al rey Midas, después de haber celebrado varias fiestas en su honor |
Su felicidad, sin embargo, duró
poco. Nada más llegar a palacio, el rey se sentó a almozrar, y entonces descubrió
el lado oscuro del don que había pedido. El pedadzo de pan que se llevó a los
labios se transfsormó d pronto en un bodigo dorado, y el vino se volvió oro líquido
nada más rozara su boca, así que Midas tuvo que escupirlo para no morir envenenado.
Un escalofrío de angustia le recorrió entonces la espalda. El rey comprendió
con horror que estaba condenado a morir de hambre, pues todo lo que se llevara
a la boca se convertiría al instante en un objeto de oro macizo. Trastornado
por el miedo, Midas rompió a llorar en voz en grito. Su hijo, que lo oyó,
corrió alarmada a preguntarle qué le pasaba y entonces Midas, ansioso de
consuelo, se dispuso a abrazarla. La tragedia fue inmediata. En cuanto el rey
rozó el hombro de su hija, la joven dejó de respirar y se convirtió en una
estatua de oro. Midas notó que un rayo de dolor le partía el alma.. Se sentía
camino de la muerte, acorralado por don absurdo del oro rápido. “Sólo los dioses
pueden salvarme”, pensó entonces. Poco después, Midas estaba arrodillado a los
pies de Baco, suplicando con gesto doliente:
-¡Ayúdame,
Baco por piedad! ¿Quítame el don que me has dado pues no trae más ue
desgracias.
Midas
tuvo suerte. Cuando Baco vio sus mejillas teñidas de lágrimas de oro, sintió tanta
lástima que decidió mostrarle el camino de la salvación.
-Todo lo
que tienes que hacer –le dijo- es remontar el rio Pactolo hasta su nacimiento
y, una vez allí, sumergirte en la fuente espumosa. El agua pura de aquellos
parajes te librará del don que te atormenta.
Midas no
perdió un solo instante. Con la túnica
recogida hasta las rodillas, echó a correr monte arriba, mientras iba dejando
sobre el suelo una estela radiante de polvo de oro. Cuando encontró la fuete de
Pactolo, se echó en el agua de un salto, con la desesperación de una bestia a
la que acaban de prenderle fuego. Entonces, tal como Baco había anunciado, el
abominable don de la riqueza pasó del cuerpo de Midas a las aguas del río, que
a partir de aquel día bajaron cargadas de brillantes pepitas y pajuelas de oro.
Midas no
volvió a desear la riqueza. Al contrario. Después de aquel mal trago, abandonó
su lujoso palacio y se retiró al monte Tmolo, donde llevó la vida sencilla de
un hombre de campo.
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